La economía colaborativa está en
boca de todos, y está en el candelero de su regulación. Como en todos los
ámbitos de esta vida, tiene detractores y seguidores, pero estadísticamente son
mayoría los que piensan en positivo acerca de su nacimiento y desarrollo.
Muchos pueden pensar, en este
modelo colaborativo, como una relativa solución al progresivo problema del paro.
Verdaderamente tendemos a una forma de trabajo libre o liberalizado y autónomo,
en el que trabajemos el tiempo que nos apetezca-sin horarios-, pero lógicamente
a costa de ingresos más reducidos. De cualquier manera, queramos o no, el
camino es ese.
Pero se aprovechan de ello las
nuevas empresas de trabajo colaborativo para hacer su agosto a costa de esta
modalidad laboral, o son las mismas las que lo han promocionado y desarrollado.
Un informe de ESADE señala que el 95 por ciento de los
beneficios de esta actividad se queda en el 1 por ciento de las plataformas de
trabajo o economía colaborativa.
La economía colaborativa, si bien
es pujante y transforma la forma de organizar la producción y comercialización,
al mismo tiempo adolece de viejos defectos que para algunos críticos le
convierten en una especie de “capitalismo colaborativo”, al mismo
tiempo que para otros críticos debe trascender la exploración de un nuevo modo
de producir para dar paso a un nuevo modo de vida. Siempre nos toca estar en
medio de las corrientes, para mal o para peor.
Cerca del 50 % de las
transacciones de lo que conocemos como economía colaborativa está en manos de
17 empresas: las denominadas ‘unicornios’, valoradas en miles de
millones de dólares", según la IV Antena de Innovación Social, titulada
"Nosotros compartimos. ¿Quién gana? Controversias sobre la
economía colaborativa", publicada por ESADE.
Según Heloise Buckland, una de
las autoras del informe, “a menudo estas empresas obtienen beneficios a partir
de activos que no son suyos", refiriéndose al hecho de que empresas como Uber (valorada en 64.000 millones de
dólares) o Airbnb, que actualmente
son los mayores proveedores de transporte y de alojamiento del mundo, no
disponen de activos inmobiliarios ni de automóviles en propiedad. Por su parte,
Lucía Hernández, connector de OuiShare
en Barcelona, señala que "el 95 % de los beneficios de la economía
colaborativa se lo están llevando el 1 % de las plataformas".
Según David Murillo, profesor del Departamento de Ciencias Sociales de
ESADE y también coautor del estudio, las dudas sobre quién obtiene los
beneficios, qué tipo de relaciones laborales se establecen, o cuál es el
impacto medioambiental real de estas iniciativas, hacen que sea "necesario analizar la distancia entre
la promesa que supuso la economía colaborativa y lo que ha sido hasta
ahora".
Para el profesor Murillo,
"es imprescindible hacer hincapié en la evaluación del impacto social, en
el tipo de cooperación que se establece con el resto de agentes y en su
capacidad para resolver problemas sociales acuciantes. Estos deberían ser los
elementos centrales del análisis sobre qué es y qué no es la economía
colaborativa".
El estudio analiza con
profundidad el caso de la start-up francesa BlaBlaCar, y mide el grado de influencia y el impacto de diez casos
de éxito de innovación social a partir de la economía colaborativa y, a partir
de estos casos, propone cinco variables básicas para medir el grado de
innovación social de este tipo de iniciativas: el impacto social positivo, la sostenibilidad económica, la innovación,
la colaboración intersectorial y el potencial de poder escalar.
La idea principal es ilustrar
cómo las organizaciones en este ámbito pueden generar un impacto social
positivo, a pesar de las controversias. En este sentido, los expertos de ESADE señalan que es necesario
establecer un marco para medir el impacto social de dichas iniciativas.
Otras voces críticas
La Comisión Europea, en un
reciente informe, señala asimismo que el hecho de que determinadas empresas
sirvan para cumplir con retos sociales, no significa que se trate de un modelo
concreto de economía colaborativa.
Otro informe desarrollado por Autonomiasur señala a su vez que
"lo que comenzó como la promesa de cambio o transformación se parece cada
vez más a una nueva redefinición del capitalismo. De ahí que sea más apropiado
denominarlo “capitalismo colaborativo”, “capitalismo de plataforma”
(Sasha Lobo y Martin Kenney) o, incluso, “economía de bolos” (gig economy; se
traduce bolos como los realizados por los grupos musicales). Las corporaciones
y empresas de este sector utilizan perfectamente las nuevas herramientas
tecnológicas de internet y aprovechan los recursos o servicios que producen
otros para el enriquecimiento de unos pocos “emprendedores”, señala este
informe de Autonomiasur.
El foro que promueve El Club de las Indias, profundiza en la
verdadera naturaleza de la innovación que suponen los modelos colaborativos. Propone superar el «consumo colaborativo» y
la lógica centralizadora del «startupismo» y convertir la fraternidad en
abundancia, así como trascender la exploración de un nuevo modo de producir para
construir, sencillamente, un nuevo modo de vida.